En esta primera entrada a este blog, quiero proponerles un paseo familiar que nos dimos hace unos pocos años por uno de los lugares más bellos de la costa norte de Tenerife. Conduciendo por una de las carreteras más transitadas de la isla y aparcando justo a un costado de la misma, se encuentra este rincón lleno de sorprendentes y hermosos detalles de la costa norte. Aquel día, desde el primer paso que di por la finca de la Rambla de Castro con nuestro grupo de niños y niñas y sus padres y madres, pensé “estamos en un lugar cercano, cómodo, seguro y con unas maravillas naturales únicas para nuestros hijos”.
Un camino empedrado y ancho nos dio la bienvenida, y nos adentró hacia el pequeño barranco de Palo Blanco, lleno de laureles de indias y palmeras canarias. Los niños y las niñas se asombraron por las enormes raíces de esos laureles y sobre todo, por una caída de agua a un estanque. El sonido del agua, junto a la algarabía de diversas especies de aves, garantizó un intenso rato de bienestar y tranquilidad. Pensé que el lugar se prestaba para llevar un buen libro de cuentos sobre la naturaleza y narrar su historia entre el revoloteo de alpispas, petirrojos o herrerillos.
El grupo se dejó llevar por las viejas veredas que nos llevaron a la aventura por un puente de madera y de allí a un viejo mirador-vigía, el Fortín de San Fernando, que conserva los cañones con los que mantener a raya, a algún barco pirata que se acercara más de la cuenta. Nuestros niños salieron entusiasmados después de contarles una de las muchas historias que tiene esta isla de aquella época, con un mar poblado de corsarios, piratas y almirantes.
Seguimos adentrándonos a ver dónde nos llevaban toda la suerte de caminos de esta finca y aparecimos en el bello caserón de la Hacienda de Castro. ¡Qué suerte tuvimos! La casa está abierta y nos invitan a conocerla por dentro. Nos imaginamos cómo se viviría aquí en las épocas de esplendor de la zona. “¡Niños vengan a ver esto!” La vista sobre la costa y el mar desde uno de los balcones es increíble. Nuestros niños observan en silencio…
“¿Quieren comer? Síiiiiii”. El patio de la casa nos ofrece un espacio envidiable donde ponemos unas mantas en el suelo y repartimos comunalmente el almuerzo. Los peques se pierden por los recovecos que ofrecen los viejos jardines cargados de historias. Los padres y madres descansamos con una agradable tertulia sobre la vida, la naturaleza de estas islas y la suerte que tenemos de tener unos niños tan maravillosos.
Posteriormente, no paré de contarles a muchos amigos que, un paseo familiar por la Rambla de Castro es algo fascinante. Pruébelo.
Más información sobre este paseo en www.tenerifeconniños.com
Escrito por: tenerifeconniños