En carretera a por un día saturado de luces, colores, formas y… El Teide La excursión al Teide es un viaje único a su paisaje marciano y caótico

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Esta nueva entrada en el blog tiene “olor” invernal, aprovechando los primeros riegos otoñales de nuestros campos, montañas y barrancos.

La llegada navideña de unos primos desde Madrid fue la excusa perfecta para organizar un día en las Cañadas del Teide. Mi hija estaba entusiasmada porque había sido un invierno con varias nevadas y ella, ¡nunca había visto la nieve! Así que… prometía mucho esta jornada.

Después de recoger a los primos (padre e hijo) y organizar el día con un buen café mañanero delante, tomamos la decisión de subir por la carretera del Valle de La Orotava. Un paseo por la piscifactoría y vivero de Aguamansa nos ayudó a estirar las piernas y poder admirar los peces que se crían en los estanques. Seguimos nuestro camino después de darnos un divertido y bonito recorrido por el jardín de árboles montunos del planeta que tienen en este recinto público.

De rumbo al Teide, paramos en el centro de visitantes de El Portillo para aclimatarnos al hermoso día que nos acogió y para disfrutar de una caminata muy didáctica por el jardín del recinto, donde nos deleitamos con la diversidad de plantas del Parque Nacional y las reproducciones de escarabajos y lagartos a tamaños “extraordinarios” que hacen las delicias de cualquier peque. Mi hija se quedó boquiabierta.

Después de pasarlo muy bien con las historias que cuenta Guayota el maligno desde las entrañas del volcán, en un excelente vídeo en el centro de visitantes, nos encaminamos a buscar un sitio adecuado para comer. En el patio de una edificación abandonada, pusimos una manta en el suelo y allí colocamos toda nuestra nutritiva comida, para coger la fuerza que necesitábamos, porque ¡¡¡nos íbamos a buscar la nieve!!!

¿Y dónde estaba refugiada la poca nieve que quedaba? Pues en Montaña Blanca, un volcán explosivo que esparció la ligera piedra pómez por todos lados, y que resalta por su color blanquecino, a un lado del Teide. El recorrido que realizamos nos llevó por el pedregoso camino a unas placas de hielo-nieve que, aunque algo frustrantes para lo que llevábamos en mente, sí que fueron reconfortantes para vivir por primera vez (en el caso de mi hija), la experiencia de tirarnos sobre ellas, hacer unas bolas y lanzárnoslas a la ropa. La luz se iba poniendo de tarde y nuestras sombras alargadas proyectadas sobre el naranja de las rocas, estaban generando un paisaje extraordinario, muy típico en los momentos anteriores del ocaso en estas cumbres isleñas.

Nuestro siguiente paseo fue por el Llano de Ucanca por el que nos adentramos jugando al escondite entre las grandes retamas que allí se asientan. La estampa de los viejos roques de García llamaron la atención de mi hija, diciéndome que se le parecían a grandes gigantes que vivían dentro del Teide a dónde se irían a dormir en breve.

Aún nos quedaba tiempo para realizar una excursión hermosísima. “¿Quieren subir a un volcán que parece que acaba de salir de las entrañas de la isla?”. La luz del oeste nos acompañó en la subida al cráter de Samara que nos puso en bandeja el paisaje caótico clásico de una zona formada hace muy poco tiempo. La Dorsal de Abeque, la línea volcánica que une el Teide con el antiguo Macizo de Teno, es la más joven de la isla. Parece que Teno es el abuelo, el Teide el padre y estos volcanes hijos y nietos de una extensa familia de la naturaleza isleña.

La carretera de Chío nos hizo una última invitación con la linda luz de un sol que ya se iba a dormir. Apresurados nos encaminamos a ver al “bebé de la isla”, el volcán del Chinyero, de tan sólo 100 años de edad. Su oscura presencia entre pinos bañados de rojo y un cielo violáceo, nos obligó a respirar profundamente en silencio y, al mirarnos, decirnos “¡qué suerte tenemos!”. Mi hija me miró y simplemente me dijo “papi, qué excursión más bonita, pero quiero ir al coche a dormir un poco”. Y así fue, la vuelta la hicimos en medio de la noche con la pequeña dormida profundamente, y con una poderosa euforia por el pedazo de día que acabábamos de vivir. Un día de coche por el Teide repara muchas satisfacciones si vamos a la velocidad adecuada, disfrutando de su luz, su color y sus formas.



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