Juegos de guerra, ¿juegos de niños? Una reflexión de Martina Damini, educadora

Martina Damini es Licenciada en Psicóloga, Educadora y Formadora

Los días que pasamos en casa pueden ser una ocasión para observar y participar más activamente en los juegos que hacen los niños/as y hacerse alguna pregunta.

¿Cuánta violencia hay en el entretenimiento infantil? ¿Cuánto tiempo de ocio es dedicado a actividades que implican disparar, matar o destruir? ¿Y cuánto a pasatiempos creativos y canalizadores de energía que permitan expresar y soltar lo que se lleva dentro?

Jugar a la guerra, a matar, a disparar, sigue siendo considerado como un juego “normal”, que “siempre se ha hecho” y que no es más que “un juego de niños”, pero la reflexión que me gustaría plantear es si realmente creemos y queremos que sea así.

Europa, a lo largo de su historia, ha sufrido guerras y matanzas horribles.

Es probable que entonces, jugar a la guerra sirviera para canalizar el miedo y exorcizar lo que estaba ocurriendo alrededor.

 

Ser niño o niña en aquel entonces seguramente no tiene nada que ver con la infancia de ahora, sin embargo, el “juego de la guerra” se ha mantenido e incluso ha crecido.

La llegada de los videojuegos y de las tecnologías han permitido aumentar la oferta de los juegos de este tipo, y las armas de juguete que se venden ya tienen un parecido impresionante con las armas de verdad.

Pero ¿consideramos de verdad que jugar a disparar y a matar, sea con una pistola juguete o a través de una consola, sea “un juego”?

Agresividad y violencia

Hay que hacer una distinción importante entre los juegos que permiten liberar la agresividad y los juegos violentos. Los primeros son muy importantes para los niños y las niñas porque les permiten conocer sus límites, descubrir su fuerza, descargar emociones y liberar tensiones acumuladas.

Es muy importante que, desde la etapa infantil, se aprenda a reconocer y canalizar la agresividad, ya que una agresividad mal orientada fácilmente se transforma en violencia, expresada y dirigida activa o pasivamente tanto hacia afuera, como hacia dentro.

Pero un juego agresivo no necesariamente es un juego violento. Puede ser un juego de fuerza, rudo, algo bruto, en el que el niño y la niña explora y manifiesta su fuerza física, pero sin daño a la otra persona. En los juegos violentos hay una intención más marcada en dañar a la otra persona, aunque sea simbólicamente, y cuando hablamos de videojuegos, las matanzas, aunque sean simbólicas, son muy reales en efectos visuales y de sonidos.

Agresividad y violencia no son sinónimos, aunque en muchas ocasiones vienen utilizados como tales, tienen unos matices muy distintos.

La diferencia se hace muy clara a la hora de gestionar y solucionar un conflicto.

 

La habilidad de saber vivir y superar los conflictos y los desafíos que suceden a cualquier edad y la manera de tratar la frustración que estos generan, es esencial en la vida y es importante que se aprenda desde la infancia.

Reaccionar a un problema que se tenga con violencia significa querer eliminar el problema y su fuente, significa también caer en comportamientos destructivos y en actitudes dañinas. Gestionar un problema significa canalizar la agresividad de una forma positiva, utilizar nuestra fuerza para resolver el conflicto, defendiendo nuestro territorio y nuestros puntos de vista, pero sin caer en actos perjudiciales.

En ningún caso se trata de rechazar o reprimir lo que sentimos, ni este es el mensaje que tenemos que enseñar a niños y niñas, pero sí hay que hacerles entender que dañar a alguien o a algo no es una opción que ayude a encontrar una solución al problema que tengan.

Vivimos en una sociedad donde el uso de la violencia es muy frecuente y la exposición a comportamientos y acciones de este tipo es cotidiana y reiterada, incluso en contenidos de tipo infantil.

Los dibujos animados, las películas de superhéroes, los juegos y juguetes que se proponen, en muchos casos enseñan y presentan modelos a seguir que mantienen una idea de violencia idealizada: los buenos contra los malos, se lucha y se mata en nombre del bien.

 

¿Pero realmente consideramos que se puede erradicar la violencia con la violencia?

Efectivamente, “desde siempre” se ha jugado a la guerra, y ésta no ha ido desapareciendo del mundo. Es más, la muerte y las escenas violentas han entrado siempre más en nuestras casas, acompañando tardes de cine y sobremesas familiares.

Hemos normalizado visualizar la muerte en pantallas de cualquier tamaño, y la seguimos aceptando en los juegos infantiles, aunque sigue siendo el gran tabú a la hora de una charla de corazón a corazón.

Nadie quiere morir, está mal hablar de envejecer y de morirse, y a los niños no hay que traumatizarles con este tema, pero seguimos viendo con total naturalidad y normalidad escenas muy violentas en las películas, y dejamos que se juegue a la guerra sin oponer la más mínima resistencia.

Con esta reflexión no pretendemos sugerir la prohibición… ningún tipo de juego, sino que cada uno se plantee una serie de preguntas y se conteste a sí mismo según sus valores y principios.

Gestionar los conflictos

Podemos seguir jugando a la guerra con los niños y las niñas, pero empezando desde bien pequeños a enseñarles que la guerra, la de verdad, no es ningún juego. Podemos seguir “muriendo” en los juegos de disparos, pero reflexionando con ellos que todos en algún momento moriremos de verdad, y que cuando esto suceda, no será tan divertido.

Comencemos por fomentar actividades que ayuden a reconocer y canalizar la agresividad, que ayuden a afrontar y gestionar los conflictos, y de esta manera, paso a paso, granito a granito, crear una generación nueva, que considere la guerra y la violencia como una aberración, y no como la normalidad.

La consciencia de lo que pasa en nuestro interior y a nuestro alrededor puede ser presente a cualquier edad, sin dramas y con naturalidad.

 

Mientras seguimos considerando más aceptable una escena y un juego violento a una imagen o una actividad que demuestre abiertamente y publicamente cariño y amor, probablemente las cosas en el mundo no cambiarán. Y sí, el mundo es grande, pero cada uno puede dar un paso y poner un granito de arena para que se haga un sitio mejor.

Y si es verdad que no podemos pretender que las cosas cambien si seguimos haciendo siempre lo mismo, ¿qué tal si probamos a dejar de considerar la guerra como un juego y empezamos a jugar a otras cosas?

Quizás dejar de jugar a la guerra pueda ser el primer paso para construir un mundo de paz.

 

Un texto de Martina Damini.

Licenciada en Psicología, Educadora y Formadora, trabaja desde hace años con niños de diferentes edades, estudiando el mundo que constantemente los rodea y los influencia: los adultos. Lleva a cabo talleres de distintos temas dirigidos a niños y niñas, familias y adultos, utilizando técnicas y herramientas adaptadas a cada situación pero con el mismo objetivo: fomentar el bienestar consciente y fortalecer las capacidades personales en todas las edades de la vida. Desarrolla actividades con la primera infancia, de 0 a 3 años, como cuidadora y madre de día.

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Tlf 664 75 70 22

martina.educacionpositiva@gmail.com



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